Chile

A pesar de nunca haberme aprendido bien los conceptos filosóficos más elevados más allá que de manera anecdótica y conversacional ni haber leído a los peso pesados directamente, siempre tuve simpatía y atracción por la disciplina y las síntesis del pensamiento de los grandes. Todavía me gusta.

Se pueden construir hilos lógicos magníficos, cada bloque conceptual perfectamente compatible con el anterior y su consecuencia completamente irrefutable. Discursos hermosos y apasionantes, que casi logran hacerle honor a los pensamientos que los generaron, que a la vez, casi son una buena caracterización de las experiencias que representan, que por su parte, casi pareciera que corresponden a un subconjunto de la realidad aplicables a nosotros mismos.

El problema que tengo con la filosofía es el mismo que tengo con las matemáticas. Son lenguajes. Cada vez que se usa un lenguaje, y por muchas palabras que uno invente y por mucho que todas calcen a la perfección, la experiencia del fenómeno descrito fue traumáticamente reducido a términos efables, y por ende, inferiores.

El lenguaje es básicamente el jpg con compresión 99.9% de la realidad o esos mp3 infestos de 200kb de napster de canciones de 15 minutos de finales de los 90. Sí, algo muestran, pero es pensar que corresponde fidedignamente a algo real es ilusorio.

Siempre que usamos lenguaje estamos jugando al teléfono.